Feria de nostalgias

Feria de nostalgias
ENRIQUE CORDOBA
Soy de las personas que más jugo le saca a la Feria del Libro de Miami, que este año está cumpliendo sus primeros 25 años de edad, con el apoyo de Eduardo Padrón y Mitchell Kaplan de Books & Books.
Carlos Herrera Jr., un amigo de los Latin Builders, alguna vez me contó que »hizo dinero mientras los demás dormían», adorna las paredes de su casa con cabezas de leopardo, búfalos y antílopes cazados en Zambia; el periodista catalán José Antonio Ponzeti colecciona cadenas para su perro »Oso», hay mujeres que arruman joyas y otros juntan corchos de botellas de vino y docenas de cosas más.
Yo disfruto cruzando las fronteras de los países, agregando números de teléfonos a mi agenda de amigos y conversando con los escritores, no importa dónde estén.
Hablar con Sergio Ramirez, el laureado escritor nicaragüense, me evitó ir a la Argentina para dejarme ver de un psicoanalista. Sergio también es comprador compulsivo de libros. »Debo ser libromaníaco», pensé en más de una ocasión. Tengo la constumbre de ir a las librerías de Madrid, México, Bogotá y Buenos Aires, con el pretexto de manosear y adquirir las novedades que en esas ciudades se consiguen.
El resultado es fantástico porque me mantengo acompañado de muchos autores, pero vivo rodeado de tantos libros que seguramente nunca podré leer.
»Ese es un vicio», dijo el novelista Ramírez, quien vino a presentar El cielo llora por mí (Alfaguara). «Yo prefiero las librerías pequeñas donde el librero me recomienda qué leer, y cuando voy a las grandes busco por orden alfabético con el fin de encontrar a mis autores favoritos».
Pablo de Santis, que nos trajo El enigma de París (Editorial Rayo-Harper Collins), me habló de la nostalgia perdida por su abuelo materno, que llegó de Italia en 1921. De Santis cree que los emigrantes que llegaron a Argentina vivieron una especie de negación y olvido de su lugar de infancia y de juventud. «Trataban de poner eso aparte y de integrar absolutamente a sus hijos a la sociedad argentina. Es algo muy extraño que se dio en muchas familias, no se les transmitió el italiano a los hijos porque querían que aprendieran español y que fueran a los colegios públicos, que fueran ciudadanos argentinos. Entonces ese pasado negado se filtró de alguna manera en las otras generaciones y después los hijos crecieron con esa especie de nostalgia prohibida».
Miriam Gómez, la viuda de Guillermo Cabrera Infante, vino de Londres y reveló detalles ocurridos en el hospital donde agonizaba su marido, que hicieron posible la publicación de La ninfa constante (Editorial Galaxia Gutemberg), su obra póstuma.
»Es una obra que empieza con un escritor que se siente ya mayor y delante de su máquina arma la memoria y recuerda escenas. Es un estudio de la nostalgia, de alguien que ha pensado mucho en la nostalgia, de alguien que sabe lo que es la nostalgia, de un pasado», explicó la actriz.
»Oye el tranvía, mira como se oye y empieza a recordar los sonidos de La Habana», dijo Miriam.
Zoé Valdés, La Ficción de Fidel (Rayo-Harper Collins), dijo: «Espero vivir en Miami cuando sea una viejita».
En Olor a rosas invisibles (Alfaguara), la escritora colombiana Laura Restrepo insinúa la despenalización de un adulterio cometido en el cenit de la vida entre dos viejos enamorados. «Es un romance de adolescentes, luego viven su vida, se casa cada cual por su lado, no se vuelven a ver, y mucho tiempo después, ya maduros, con nietos, tienen un encuentro furtivo».
El reencuentro tiene lugar precisamente en Miami. En ese Miami donde Laura vivió y estudió de niña en una escuela pública, saliendo de Key Biscayne »atravesando parques y cuando todo era naturaleza» y la ciudad no se había desarrollado como hoy.
El semblante de la Feria es el que más nos agrada de Miami.

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