ENRIQUE CORDOBA: Testimonios de hoy
ENRIQUE CORDOBA: Testimonios de hoy
BY ENRIQUE CORDOBA
Una colega de la radio, la mesera del restaurante que me sirvió un vino el año pasado, un papá que empezó a conducir taxis en Miami, después de trabajar arreglando cadáveres en una funeraria de la Calle Ocho y una de mis hermanas, que fue maestra en un pueblo de Colombia, son algunas de las voces que se me vienen a la mente, ahora que regreso de la casa de un matrimonio de amigos en el S.W. de Miami y confirmo la diferencia de mundos en que viven los jóvenes de hoy, con respecto a nosotros.
¿Nosotros? A mis quince años de edad, yo consideraba que mi padre era un viejo. Ahora hago las cuentas y verifico que en ese entonces, él solo tenía cuarenta años. Era un joven, como ustedes deducen. Hace poco brindé con nueve hermanas, un hermano, mi mujer y un grupo de amigos por coronar mis sesenta años. Técnicamente tú y yo pertenecemos a la tercera edad, me explicó don Horacio Aguirre, director del Diario Las Américas –¡qué nombre tan lindo!– quien se siente tan joven como Roberto Martín Pérez, un hombre con los pies en la tierra que sabe evaluar la realidad de cada hecho.
De todas maneras me resisto a afiliarme oficialmente en el club de la tercera edad, –¡!me siento joven!– aun cuando corra el peligro de pasar directamente de la segunda a la cuarta, sin facturar los beneficios que derivan a los de mi fraternidad.
De manera que pertenezco a ese segmento que juega de viejo entre el grupo de los cuarentones, de adulto entre los cincuentones que vienen pisándome los callos, y de conservado entre las damas contemporáneas que tratan de esconder las arrugas y los años con el maquillaje, las cirugías y la experiencia.
Ayer no más, celebraba los treinta, lo que me hace pensar que a partir de esas alturas, el resto de la vida viene en bajada. Debe de ser por ese motivo que cuando llamé a Cabrera Infante a Londres para felicitarlo cuando cumplió los setenta dijo que decidió hacerse escritor por decisión propia en los años cuarenta, y en tono jocoso manifestó que si a los cuarenta uno se despierta y no le duele nada, es porque está sin vida.
Con el paso del tiempo y sobre todo con las nuevas tecnologías, las malas costumbres, la falta de respeto y de civismo, en las últimas décadas, se observan abismos muy notorios que nos van desconectando entre unos y otros. Es la causa para que los hijos y nietos traten de tú al abuelo; las hijas y nietas pasen por desatentas con las abuelas y se vayan de disco con las amigas, dejando el trabajo de la casa y en el abandono a las mamás.
Comunicarse con ellos es un desafío. Alienados en lo desechable, desprecian el pasado y la experiencia.
«En mi época en la casa se escuchaba la música que ponía mi papá», recuerda Raúl Fidel Pino, abogado santiaguero, cuyo abuelo, representante de United Fruit Company en Oriente, aceptó el pedido de su paisano gallego, de ser padrino de bautismo de Fidel Castro, a quien le financió sus estudios de leyes, sin pensar las vueltas que da la vida.
A las nuevas generaciones no les interesa la música de sus padres, ni sus historias, ni los recuerdos, ni su pasado, ni los tesoros que han ido pasando de mano en mano, de baúl en baúl, de pueblo en pueblo.
Los libros y documentos que las familias han conservado como joyas, están condenados a desaparecer ante las prioridades que imprimen los nuevas modas culturales.
Son vientos nuevos que asombran por su instantaneidad cibernética, pero producen admiración y nostalgia debido a la fugacidad de la memoria histórica y la simplicidad con que se viven los valores familiares.
odo lo anterior quedó cuestionado cuando Tony Ruano, filósofo y hombre de negocios, me hizo caer en cuenta al recordarme que de lo mismo que yo estoy dando fe, se lamentaron mi abuelo y sus contemporáneos refiriéndose a sus muchachos. «Todo tiempo pasado fue mejor», dijeron ellos y yo cumplo con expresar mi testimonio en estos primeros días de la segunda década del siglo XXI.