ENRIQUE CORDOBA: Un café en El Cairo

ENRIQUE CORDOBA: Un café en El Cairo

BY ENRIQUE CORDOBA

Algunas de las cosas que me llamaron la atención al llegar a El Cairo, además de respirar en el ambiente el poder absoluto de Hosni Mubarak, fue ver que numerosas familias de los Al Sabah, el emir de Kuwait, habían convertido en residencias privadas las torres de un lujoso hotel que acababan de inaugurar en el exclusivo sector de Giza, en la capital egipcia.
Me hospedé en un hotel de Zamalek y podía notar la presencia de grupos de niños con las criadas que los cuidaban y los paseaban de un lado a otro.
El periodista Eduardo Abu Eid, de la agencia EFE, me brindó un café con leve sabor a cardamomo, en una terraza con vista al Nilo, y me dijo que como esos niños, miles de kuwaitíes se vieron obligados a abandonar su país debido a la invasión de Saddam Hussein.
Cuando viví esta experiencia como enviado especial del diario El Espectador de Bogotá y Radio Caracol de Miami, durante la primera guerra del Golfo Pérsico, en 1990, el emir de Kuwait era Jaber Al-Ahmad Al-Jaber Al-Sabah, quien heredó el cargo de su progenitor Sheikh Abdullah al-Salem Al-Sabah, padre de la independencia y de la constitución kuwaití. A Jaber, fallecido en mayo del 2008 –había dejado el gobierno dos años antes por enfermedad– le sucedió el actual gobernante Sabah Al-Ahmad Al-Jaber Al-Sabah.
«En este tipo de Estado, la riqueza está en manos de la familia reinante que redistribuye una parte entre los habitantes bajo diversas formas: subvenciones, contratos de Estado, becas de estudio, cuidados médicos gratuitos», explicó Paul Balta, director del Centro de Estudios Contemporáneos de Oriente, de la Sorbona de París.
«A cambio –anotó– niega a la sociedad el derecho de tener una verdadera representación elegida, inmiscuirse en la gestión del país y contestar por poco que sea su autoridad».
Dos décadas después las mismas familias, y en el caso de Egipto el mismo gobernante, continúan dominando el panorama político de los países del mundo árabe.
Los orígenes de este estado de caos y drama –para los habitantes que no se benefician de los favores y prebendas del régimen– pueden estar en su propio desarrollo cultural. Pero también en la complicidad de los gobiernos y multinacionales de Europa y Estados Unidos.
¿Cuántos negocios millonarios no han beneficiado los bolsillos de ejecutivos, políticos, y empresarios y gobiernos que han pactado con Mubarak, Kadafi y muchos otros integrantes del club de la represión, de esos dictadores que violan los derechos y libertades de sus pueblos allá y por estos lados?
No hay que dar muchas vueltas: desde Washington hasta Londres y desde Tokio hasta París, vivimos en un mundo de hipocresías, mentiras e intereses comerciales.
Se castiga a quien roba un lápiz en un pueblo, mientras que se elogia la astucia criminal de los banqueros y «cerebros» de Wall Street. Son los mismos que crearon la burbuja financiera y se siguen enriqueciendo despojando de sus casas a los obreros y asalariados de la Florida, Nevada y California, ante la mirada tramposa del Congreso y la Casa Blanca.
Volvamos a la terraza y mi café en el Nilo desde donde veo la llegada de hombres en bicicleta con la parrilla cargada de pan árabe.
–No hay otra capital en el mundo, como El Cairo, con más Mercedes Benz –opina Abu Eid, de sangre palestina, quien nació en Chile y reside en el Oriente desde joven–. Jeques y árabes adinerados acostumbran venir a El Cairo. Otros van a Marbella, y a raíz de los nuevos sucesos para contrarrestar el avance islamista en Francia –la prohibición del velo y la chilaba–, muchos turistas árabes viajan a dejar sus petrodólares en Munich.
–¿Es usted musulmán? –pregunté al taxista que me llevó a las pirámides.
–Cincuenta, cincuenta –respondió.
Confesó que tiene dos mujeres. Una es profesora de árabe en la Universidad de El Cairo. Las guerras han cambiado sus vidas.
–Ya no las puedo mantener –confesó– por eso la otra también tuvo que salir a buscar trabajo.
Para bien o para mal, el Egipto de mañana ya no será el mismo.

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