ENRIQUE CORDOBA: David Sánchez Juliao, Caribe auténtico
ENRIQUE CORDOBA: David Sánchez Juliao, Caribe auténtico
BY ENRIQUE CORDOBA
Qué rápido pasa el tiempo. Hace días estaba en Bogotá acompañando a familiares y amigos para darle el último adiós a un amigo de infancia que desde siempre fue referente de nuestro pueblo. El escritor David Sánchez Juliao falleció en Bogotá, víctima de un infarto cardíaco. Me dijo su ama de llaves que insistió en no despegarse de un manuscrito en la computadora durante el día, y cuando llegó a la clínica en la noche, ya era demasiado tarde, se le había reventado la aorta.
La muerte siempre nos toma por sorpresa. Sobre todo no queremos que se lleve a los amigos. Seguramente pensamos de esa manera que es un tanto egoísta, pero al mismo tiempo de profundo cariño, porque uno espera que se vayan otros, pero jamás los nuestros.
El periodista David Sánchez Juliao deja un gran vacío no porque hubiera sido ganador de varios premios nacionales e internacionales de cuento y novela. O porque hubiese sido embajador de Colombia en India y Egipto, o merecedor de 17 distinciones en el Festival de Cine de Cartagena, o por tratarse de un intelectual de vasta cultura.
A Sánchez Juliao se le admira por haber interpretado la realidad de un pueblo para darla a conocer a través de historias de personajes auténticos que hoy el país recita de memoria.
En 1972, después del proceso de investigación y escritura, grabó en su propia voz El Pachanga, que es la recreación con humor y estilo costumbrista de las vicisitudes de un camionero quien al «narrar las incidencias del partido de su vida» deja abiertas las heridas de la injusticia social que golpea a su gente. Luego publicó El Flecha, sobre el devenir de un boxeador que quiso ser campeón mundial para conseguir fortuna y regalarle a su mamá una casa tan grande como las pirámides de Egipto. No lo logró, pero la noche de su debut lo bautizaron El Flecha por la velocidad con que se escapó del ring, cuando se fue la luz en el coliseo. Enseguida vino Abraham al humor, donde retrata los vaivenes y paradojas de la inmigración libanesa a Lorica, su pueblo natal. Más tarde produjo Foforito, un vendedor de raspao (hielo cepillado), quien describe a un visitante, desde su puesto de venta a la entrada del pueblo, las interioridades de varias familias.
En Don Abraham está representada la novelería por demás graciosa, que surgió con la llegada de los árabes, especialmente la relacionada con los negocios, las costumbres, el idioma, la familia, el ingreso a la política y anécdotas que nacen alrededor de la nueva cultura. Al final ese árabe ya viejo que regresa al Líbano experimenta soledad y anonimato en su propio país. Escribe a su parentela en la costa de Colombia, y confiesa añoranza de su protagonismo en la política colombiana. Dice además que extraña las tertulias de las esquinas con los «costeños corronchos».
A este trabajo –que nació en Colombia tres décadas antes de la llegada de los audio libros– se le denominó «literatura casete». Con ella David Sánchez Juliao se le metió a la sociedad colombiana por las cocinas, debido a que por su lenguaje coloquial y entretenido, interesó primero a los sectores populares: las empleadas del servicio doméstico, los choferes, la gente de la calle, y luego a raíz de su éxito, su obra experimental fue objeto de estudio por la crítica literaria.
Además de ameno narrador, Sánchez Juliao embrujó con su verbo, su apunte inteligente y oportuno y su capacidad para cautivar auditorios conversando horas y horas. Miami lo escuchó varias veces.
Quien se preocupe por la sociología y modos de vida y de pensar de los pueblos del Caribe, debe estudiar la multifacética obra que deja este prolífico escritor colombiano.
Uno es Caribe primero, y luego de cualquier parte, decía.
enriquecordobar@gmail.com
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