Valle es valle, lo demás es loma
Valle es valle, lo demás es loma
Enrique Córdoba
En el Valle del Cauca, al sur occidente de Colombia se encuentra Cali, la capital de la salsa, las ferias y las mujeres bellas. Es una de las áreas más ricas y de mayor desarrollo de Colombia y tiene paisajes de costa Pacífica, la Cordillera Occidental y el Lago Calima.
Sus habitantes son reconocidos por su sencillez y simpatía y vienen de las raíces sembradas por Belalcázar, el conquistador cordobés, los nativos indígenas y africanos que llegaron a trabajar en los ingenios.
“Aquí no hay zafra”, me dijo Ana Milena Arango la semana pasada cuando la visité en su finca de Palmira, donde se recorren las calles en coches blancos tirados por caballos. “Cortamos caña todo el año, y es mejor porque evita la congestión. Colombia es el único país que no tiene zafra”, dijo.
En el Valle hay 200,000 hectáreas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar y están viviendo un boom nunca antes visto, porque el precio se ha triplicado debido a la gran demanda, entre otras causas por el etanol.
Visitar el Museo de la Caña, los ingenios azucareros y los cañaduzales es parte de la atracción turística del Valle del Cauca.
Es común viajar por algunas carreteras y sentir el aroma de la melaza de la caña y encontrarse con los camiones y trenes cañeros que son parte esencial de la economía regional.
Junto con las haciendas ganaderas el Valle posee la más completa red de carreteras del país que comunican un conjunto de ciudades de entre 200,000 y 350,000 habitantes, como Palmira, Tulúa, Buga, Cartago y Buenaventura, principal puerto colombiano de importación y exportación de mercancias, en el Océano Pacífico.
Su extensión es de 21,191 kilómetros cuadrados con un tamaño equivalente a El Salvador, Israel o Belíce y goza de clima de sabana tropical.
Un recorrido por carretera permite disfrutar de una variedad gastronómica, siendo el sancocho valluno a base de gallina y un toquecito de hierbas de cimarrón para darle el gusto típico; y las chuletas de cerdo apanadas.
Quien va o viene del Valle no puede olvidar la avena y el manjar blanco, -un arequipe o dulce de leche y azúcar- que lo empacan en cajitas de madera o totumos.
El borojó y el chontaduro son frutas ricas en proteínas que venden en kioscos y en los semáforos. Le adjudican poderes afrodisíacos y energizantes y son parte de la cultura popular del Pacíficio colombiano.
Cali, la capital del departamento con 2.8 millones de habitantes, es una ciudad que conquista a quien llega por las oportunidades que ofrece para trabajar y por la hospitalidad de sus gentes. “Seis de cada 10 personas vienen de otra región de Colombia”, me dijo el Dr. Dayro Gutiérrez Cuello, procedente de la Costa Atlántica.
La Casa Grajales, en La Unión, a dos horas de Cali, organiza visitas a sus 900 hectáreas de viñedos y a sus bodegas. Allí llegamos después de probar el champús, la más tradicional bebida que tienen los vallunos. Es una mezcla espesa de melao de panela, maíz, piña, canela, clavos de olor y hojitas de naranjo agrio.
Otros sitios para visitar son: la Hacienda El Paraíso, escenario de la novela La Maria, la Basílica del Señor de los Milagros de Buga, el Museo Omar Rayo de Roldanillo, el pueblo afrodescendiente de Jamundí, el Lago Calima y disfrutar de la Feria de Cali, la última semana de diciembre todos los años.•
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