LOS SECRETOS DE LAS ISLAS BERMUDAS
POR: ENRIQUE CÓRDOBA ROCHA
Al bajarme del barco, en las Islas Bermudas, el aire marino me recibió con una brisa cálida. No era el Caribe, pero algo en el ambiente me recordaba a los cuentos antiguos, que hablaban de tesoros ocultos, naufragios y desapariciones misteriosas en las profundidades del Atlántico.
Es también la cuna de algo tan cotidiano como los pantalones Bermudas, popularizados en la época colonial, por los hombres que trabajaban en las oficina en Bermudas, necesitaban una vestimenta para el clima cálido. Mi primer encuentro en esta isla de leyenda fue con Henry, un hombre de mirada penetrante y piel curtida por el sol, un auténtico descendiente de piratas ingleses. Me habló de su bisabuelo, un corsario que había llegado a las Bermudas en busca de riquezas, y cómo, tras años de saqueos, se asentó y formó una familia con una joven descendiente de portugueses que había emigrado desde Madeira. Me contó que su familia había logrado una fusión de dos mundos: la astucia del pirata inglés y la perseverancia de los portugueses que cruzaron el océano en busca de un futuro mejor. Me invitó a su hogar, una casa típica llena de historias. Allí me mostró un rincón especial, una vieja casona que, según la leyenda local, había albergado a un grupo de marineros españoles que, perdidos en las tormentas del Atlántico, terminaron refugiándose en las Bermudas. La casa tenía un aire enigmático, con sus techos bajos y paredes blancas llenas de fotografías descoloridas por el tiempo. Me habló de la leyenda que circulaba entre los isleños, una historia de barcos y aviones que habían desaparecido misteriosamente en el llamado «Triángulo de las Bermudas». Me confesó, con una sonrisa enigmática, que aunque la ciencia buscaba explicar estos fenómenos, los viejos isleños sabían que el océano aquí guardaba secretos que jamás serían revelados.
Después de recorrer la casa, Henry me llevó a un pequeño restaurante junto al mar, donde la sopa de pescado local era famosa entre los turistas y los habitantes por igual. La sopa era densa y llena de sabores que solo el Atlántico podía ofrecer. Mientras comíamos, observábamos el horizonte, notando lo solitarias y aisladas que estaban estas islas del resto del continente. A pesar de su lejanía del Caribe, había algo en este lugar que hacía que la distancia se sintiera como una bendición: un refugio en medio del océano, donde las leyendas siguen vivas y los misterios se respiran en el aire. Viajamos en un bus, por una hora, hasta Hamilton, la capital; un encantador epicentro con sabor inglés, donde tiendas al estilo londinense y barrios pintorescos se mezclan con la atmósfera tropical de la isla. —Aquí hay gente con mucha pasta —, comentó Paloma Sáenz, la periodista española de Antena 3, que nos acompañaba con el pediatra, Jesús Duque, su marido.
Se refería a las lujosas mansiones con yate en la puerta, que se observaban en varios barrios de la islas. El sol brillaba con fuerza. Henry y yo, brindamos por los marineros perdidos y los piratas reformados. Me di cuenta de que, aunque las islas Bermudas están a miles de kilómetros de donde todo comenzó, son un hogar para los que buscan aventura y un pedazo de historia en cada rincón.