AMIGOS AYER Y DE HOY

ENRIQUE CORDOBA

Un colega tuvo la gentileza de entrevistarme, la semana pasada, por celebrar un año más de oficio en el periodismo. Me pidió que le confesara mis mayores inclinaciones.

Viajar, -le dije- comer helados y cultivar amistades. Tengo afición por la lectura y la vida del mar. Lo primero que haré el día que me gane la lotería -afirmé-, será escaparme con mi mujer a  Copenhague y comprar el fonógrafo más alambicado que fabrican los daneses.

Por hamaca, no me preocupo. Guardo conmigo una, que adquirí cerca de Sincelejo, la tierra donde las tejen. Allí espero mecer compasadamente el diario de mis ilusiones, entre dos palmeras caribes. Los faraones egipcios fueron los primeros en emplear este medio para descansar.

En el litoral atlántico colombiano, la hamaca es el «summun» de la dicha. Y como la felicidad no respeta fronteras sociales, en la hamaca duerme la siesta el propietario de una hacienda o el pescador cuando regresa con su atarraya llena de frutos del mar.

Cierto; me encantan los helados y fomentar la amistad.

Me ufano de poseer una extensa red de amigos y conocidos, que empecé a organizar desde los catorce años cuando salí de mi casa y me convertí en un gitano deseoso de conocer gente y mundo. Las señas las voy acomodando, con la delicadeza de un orfebre en un directorio que es tan indispensable como el cepillo de dientes.

Están ordenadas por nombres, apellidos, oficios, lugares, países o épocas en que nos hemos cruzado. A cada uno he dado un instante de mi vida, por algún motivo y verlos en la guía es un fogonazo de recuerdos.

De mayor o menor prestancia, todos son igualmente importantes en ese inventario de personas y sitios conocidos.

 

GERMAN ARCINIEGAS

 

A algunos los llamo y visito con mayor frecuencia que a otros. Germán Arciniegas, por ejemplo, fue un historiador con quien yo mantuve una fluída comunicación.

Nieto de Perucho Figueredo, autor del Himno Nacional de Cuba, el maestro Arciniegas era el decano del periodismo colombiano.

Publicó sesenta libros, todos vinculados con el influjo de América en Europa.

Su prosa amena y poética es historia viva de la cultura de nuestro continente.

La última vez que lo visité en su apartamento del barrio «El Chicó» en el norte de Bogotá.

Vivía en un lugar sencillo: dos dormitorios, un salón, el comedor y el jardín donde juegan sus amigos inseparables. Mirringo, Pepito y Pantera, sus  gatos y una french poodle blanca, que amó entrañablemente. «Los tres comen alegres, en el mismo plato».

«Yo los acaricio y ellos me quieren», me dijo

En dos ocasiones el maestro estuvo en mi casa de Coral Gables y desde que conoció mis gatos se interesó por sus travesuras.  El conoció a Felix, el gato que mataron los perros asesinos que sembraron el pánico en mi barrio en aquellos años. «Mi sentido pésame por Felix», escribió en una nota que me envió a Miami y que conservo.

¿Cúantos años tiene?, le pregunté y me dijo: «Nací el 6 de diciembre del año 1.900». Lo veo bien, dije. «Bueno; yo me contento con llegar a los cien, ja, ja!». «Quiero llegar al siglo XXI, para ver como es».

Gabriela su hija, era la encargada de ayudarle a manejar los asuntos literarios.

Su obra ha sido traducida a una docena de lenguas y su columna se publicó en la prensa hispana de todo el mundo.

A pesar de la edad, sus planes y su mente no tenía reposo.

Su agenda se repetía todos los días, después del baño. Dictaba invariablemente a una secretaria todas las mañanas artículos de prensa. Discutía y revisaba capítulos para sus libros y firmaba la correspondencia.

Tenía una ruana blanca hecha en Boyacá para protegerse del frío santafereño y disponía de un aparato que le permitía mejorar la audición.

 

DE GABRIELA MISTRAL

 

Los amigos son tesoros que a su vez guardan reliquias. Esta joya la obtuve en la última visita que hice al maestro Arciniégas:

 

«Revolviendo papeles, en los del poeta  Carlos Pellicer, Carlos, su sobrino, entresacó unos cuantos que tenían que ver conmigo. Por ejemplo, estos dos papelitos de Gabriela -naturalmente sin fecha- serán de 1932, que nunca conocí. No recuerdo cuál es el folleto de que habla Gabriela.

 

De Gabriela Mistral a Carlos Pellicer:

A Pellicer: Ya me voy. Si algo se te ofrece de Italia, me lo pides a Nápoles, Consulado de Chile.

No tuve respuesta de mi carta. Esa fue señal de callarse y te he dado gusto con el silencio. No sé las señas de Germán Arciniegas. Te ruego hacerle llegar esta hijota. Me interesa que le llegue por el asunto de que se trata. Aunque el dato no te interrese te digo que siempre serás tú para mí el niño maravilloso que conocí hace 26 años. Dios te tenga de su mano. Gabriela.

 

De Gabriela Mistral a Germán Arciniegas:

 

Le agradecí mucho, Arciniegas, la lectura de su folleto. Hay un silencio de «tapaderas» es decir, de complicidad, en nuestra gente respecto de Colombia y Venezuela. Ud. debe descorazonarse a veces. Guarde la esperanza, aunque sea la de que será oído y servido en 100 años más. Nuestra raza lleva sobre sí no se qué maldición antigua que es racial. Mucho mató el español y otro tanto hizo el indio. De esa acumulación puede partir nuestra desventura. Lo de Maya, sobre Raúl, me ha dejado helada. Si algo se hace por él, firmen ustedes por mí. Me voy a Nápoles como Cónsul. Ignoro mis señas, todavía. Su lectora devota. Gabriela»

Publicaciones Similares

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *