Café en el mercado de Lorica

Café en el mercado de Lorica
ENRIQUE CORDOBA
Mañana de domingo con olores de nuevo año en Lorica, una población colombiana a orillas del río Sinú, a veinte kilómetros del mar Caribe, donde transcurrió mi infancia.
Mientras saboreo una taza de café por la que he pagado diez centavos de dólar en un kiosco de madera, en el mercado público, doy una mirada al estilo árabe de las columnas y techos, y a los pescadores del río.
Desde mi esquina veo la iglesia con su torre y campanario, el camellón de la tertulia con los amigos, y el edificio de Manolín Martínez donde anunciaban las películas de los vaqueros del oeste, de Cantinflas y de Libertad Lamarque.
Este pueblo de ochenta mil habitantes tiene renombre en el país por la aculturación de las cuatro sociedades. Su convivencia ha dado lugar a leyendas de personajes que describen la autenticidad y costumbres macondianas.
Los españoles que llegaron a la América en su tarea conquistadora salieron de Cartagena de Indias buscando tesoros y encontraron a las pocas semanas, en 1774, a la cultura senú. Eran indígenas que cultivaban tierras fértiles, pescaban bocachicos en el río y las ciénagas, y se vestían y adornaban el cuerpo con objetos de oro, un mineral abundante en la zona.
»Ay del Perú si se descubre el Sinú», se comentaba en aquellos días. Aún se dice que en algún lugar a orillas del río está enterrado un tesoro que los españoles escondieron ante la inminente arremetida de Francis Drake y otros piratas ingleses.
Muchos negros de Cartagena, uno de los principales centros del comercio de esclavos africanos, se escaparon del trabajo duro en las murallas y se establecieron en San Basilio de Palenque, considerado por autores el «primer pueblo libre de América».
De allí partieron a Tolú, San Onofre, San Antero y Lorica.
Calixto Avena conserva las escrituras de su finca Palermo en San Antero, una transacción del año 1940, a orillas del golfo de Morrosquillo, donde el vendedor precisa que entregó mil hectáreas, 950 reses y cincuenta esclavos.
A raíz de los conflictos en los países bajo influencia del Imperio Turco empezó a llegar a Barranquilla una enorme inmigración de sirios libaneses en busca de paz y oportunidades de negocio.
Los barcos salían del puerto francés de Marsella y hacían escala en diferentes países de las Américas.
De Barranquilla y Cartagena de Indias se dispersaron por la región colombiana del Caribe. Sin embargo, por la riqueza agropecuaria, la hospitalidad y las condiciones geográficas, Lorica atrajo a centenares de viajeros del Medio Oriente.
»Lorica saudita», la bautizó el escritor loriquero David Sánchez Juliao. Era común ver llegar las lanchas procedentes de Cartagena al puerto del mercado de Lorica, con muebles, enseres y hasta las novias enviadas del Líbano por sus familias para los jóvenes en edad casadera.
La influencia árabe se extendió como pólvora en el cotidiano local. Entre mis condiscípulos del colegio San Pedro Claver del profesor Simón López, recuerdo algunos apellidos: Amin, Behaine, Calume, Fadul, Fayad, Manzur, Gossain, Jattin, Safar, Saker, Saleme y Zarur.
La cocina criolla se enriqueció con el aporte árabe, lo que permite encontrar en una venta callejera de arepas de huevo y empanadas, con kibbe, tahini y galleta »turca», como se conoce el pan árabe.
En varias ocasiones acompañé a mi abuelo José Miguel hasta la tienda de Don José Jattin, su compadre, quien mataba las horas con sus amigos jugando bacarat y escuchando las noticias de la crisis del Medio Oriente por onda corta en un viejo radio transoceánico marca Zenith.
En esos tiempos en que Beirut era el París del Mediterráneo oriental, a Lorica también le llegó de carambola ese esplendor en la moda, las joyas y otras novedades que se mezclaron en el trópico caribeño.
Una noche en medio de una trifulca etílica de barrio, un policía le exigió los documentos a Fady Jattin, que acababa de llegar a Lorica.
–Tus documentos –solicitó el agente del orden.
–No tengo –respondió Fady.
–Los papeles –insistió.
–Yo no tener papeles –contestó–. Yo ser extranjero.
–Que me des los papeles. Tú no eres extranjero, tu eres del Líbano –ripostó el policía.
Es una pequeña muestra de cómo los libaneses han jugado de local en Lorica, donde entre sorbo y sorbo de este café con sabor a gloria, veo pasar las aguas del río Sinú y recargo las baterías de la nostalgia para el año.

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