Causas del cataclismo financiero

Causas del cataclismo financiero
ENRIQUE CORDOBA
Cielo plomizo, hace calor y en el aire se siente la humedad de la brisa septembrina que viene del mar esta tarde de jueves de una semana que ya no aguanta más sacudidas.
Acabo de colgar el teléfono después que un amigo galardonado con premios de periodismo económico en América Latina me comentaba sobre los últimos sucesos que han estremecido la banca de inversión de Estados Unidos y su impacto en la economía mundial.
Al margen de todo lo que piensen los expertos, para mí esto no es más que el resultado de la era de desvergüenza que hoy vivimos. Desaparecieron los valores morales que son el fundamento para la convivencia de toda sociedad.
Los gobernantes les perdieron respeto a sus gobernados. Prometen una cosa y hacen otra con la mayor normalidad. Planifican un proyecto, con base en unos impuestos y, al cabo de un tiempo, tienen el descaro de cambiar su destino sin importarles los sentimientos de los contribuyentes. Se han perdido dineros que suman millones, todo se ha olvidado y no hay responsables ni castigados. Nos hemos acostumbrado a aceptar que alcaldes, legisladores, comisionados, ministros, asesores y aun el presidente digan mentiras y no pasa nada. Es como si la política haya dejado de ser el arte de gobernar para convertirse en el arte de engañar y de saquear. Nos sentimos indefensos y a la deriva en un océano de magos habilidosos para ganar votos, seguir en el poder y no resolver los problemas de estos difíciles momentos que enfrentamos. No hay consideración para miles de hombres y mujeres de limitados ingresos, sometidos a las presiones desgastadoras de un sistema de gobierno que no se preocupa por administrar con eficiencia los recursos públicos.
La honestidad quedó simplemente como un activo de la cultura de tiempos pasados.
Hasta la lealtad de los colegas, y ni qué decir de los jefes para con sus empleados, se ha ido por la borda, para dar paso a los intereses mercantiles, despreciando el compromiso con el ser humano y el talento.
El trabajo es el que produce la riqueza, decían mis abuelos y sus amigos, luego de largas jornadas diarias de entrega con alma, vida y sombrero.
Las fortunas se amasaban en años comprando y vendiendo, creando empresa y levantándose temprano para ganarle la partida al sol.
No se requería de papeles, ni de firmas, ni recibos, me contaban mis mayores, porque valía más la palabra que un documento con sello, testigos y notaría.
Estamos viviendo un mundo peligrosamente permisivo que hoy está pagando las consecuencias por haberle dado estatus y licencia a embaucadores transportados en Mercedes y vestidos con Armani.
El descalabro financiero al que asistimos en estos días forma parte de esa nueva enfermedad que ha contagiado a la gente que quiere enriquecerse a toda costa, de la noche a la mañana, sin importarles a quién se lleven por delante. Predomina la ambición de posesiones y de tener lo del vecino.
Nos pregonan la paz y el amor a Dios y sin embargo les roban el sueño y el futuro a los pobres, a los sin voz y a los débiles. Vivimos extraordinarios avances tecnológicos, y al mismo tiempo se deterioran las relaciones humanas.
Lamentablemente se ha desarrollado más rápidamente nuestra astucia para hacernos con el poder y el dinero que nuestra conciencia moral.
Mientras la bahía nos traiga mejores noticias, cae de perlas para la ocasión el verso de un vals del compositor colombiano Jorge Villamil: Amigo, cuanto tienes, cuanto vales, / Principio de la actual filosofía. / Brindemos por la vida que todo es oropel.

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