De turismo por Macondo y la zona bananera
Nuestra América
De turismo por Macondo y la zona bananera
By ENRIQUE CORDOBA
Especial/El Nuevo Herald
La ciudad de Santa Marta, a orillas de una hermosa bahía en el Caribe colombiano, es el punto de partida de un recorrido turístico en el que se puede disfrutar de buenas playas, una escala gastronómica en Ciénaga, paseo por la zona bananera, entrada a Aracataca, la tierra del Premio Nobel Gabriel García Márquez, para terminar en Valledupar, tierra de acordeones, cuna del festival de la leyenda vallenata que se celebra todos los años a fines de abril.
Santa Marta es la primera ciudad fundada en Sudamérica por los españoles, en 1,525. Los ataques de los piratas franceses, ingleses y holandeses, que la quemaron más de 20 veces hasta 1,692, obligaron a muchos pobladores a emigrar a lugares más seguros, como Cartagena, Mompox y Ocaña. Hoy es un distrito turístico, cultural e histórico que recibe un gran volumen de turismo interno de Colombia y de los estados occidentales de Venezuela, especialmente de la ciudad de Maracaibo. Tiene 400,000 habitantes y posee excelentes playas en el área de El Rodadero, Gaira, Taganga y el Parque Tayrona. Otro de sus atractivos es la Hacienda San Pedro Alejandrino, donde se conserva intacto el cuarto con la cama donde murió el Libertador Simón Bolivar, el 17 de diciembre de 1830.
Viajando hacia el sur por la Troncal del Caribe se aprecia la serranía que forma parte del Parque Natural Tayrona, donde nacen los ríos y quebradas que caen en la Ciénaga Grande. A 20 kilómetros está Ciénaga, un pueblo a la orilla de la carretera que también tiene un pasado ligado a los conflictos sociales del país. Acosado por la escasa paga como reportero, García Márquez abandonó el periodismo temporalmente para radicarse en esta población, desde donde emprendió la nueva tarea de vendedor de libros y enciclopedias. Hay quienes dicen que ése fue un pretexto para estar cerca de las parrandas y amigos, como el escritor Alvaro Cepeda, autor de La casa grande, oriundo de Ciénaga. Según la leyenda, era tal la bonanza por estos lares que los ricos educaban sus hijos en Bélgica y los velones para bailar la cumbia cienaguera se encendían con billetes. Ciénaga es una parada gastronómica obligatoria, ya sea para degustar las arepas rellenas con huevo y batidos de frutas naturales con hielo, o para comer pescado frito servido con arroz y tostones, conocidos aquí con el nombre de patacones.
A partir de este lugar el viaje se ambienta con paisajes acalorados de fincas ganaderas y pueblos olvidados por donde pasa el tren del que habla la narrativa garciamarquiana. A la orilla de la carretera se levantan tienduchas rústicas donde los lugareños sacan a vender las cosechas de mangos, piñas, papayas, zapotes y nísperos.
Unos kilómetros más adelante y entramos en la zona bananera. Una región que vivió un período de prosperidad a comienzos del siglo XX, gracias a extensos cultivos de bananos que se exportaban a Estados Unidos. La empresa comercializadora, la United Fruit Company, fue creada en Boston en 1899. Su sede estuvo en Prado Sevilla que aún hoy se visita y se aprecian vestigios de oficinas y casas al estilo americano.
En el kilómetro 80 está la entrada de Aracataca, el pueblo donde nació el escritor Garcia Márquez. Sus 50,000 habitantes se han acostumbrado a ver la llegada de visitantes extranjeros desde los más remotos sitios del planeta. En las calles polvorientas se pueden fotografiar desde esculturas de Remedios la Bella hasta mariposas amarillas de gran tamaño. La casa donde nació el Nobel está convertida en un museo donde se exhiben las ediciones traducidas a diversos idiomas de Cien años de soledad, la máquina de cine, el telégrafo, fotografías y otros objetos que pertenecieron a la familia o al mundo de Macondo.
Esta excursión termina tres horas más adelante, en Valledupar, capital del departamento del César, tierra de sembrados de algodón, compositores de música vallenata e intérpretes del acordeón, caja y guacharaca. Son los instrumentos básicos para la interpretación del vallenato, el ritmo que canta los amores y vivencias que Carlos Vives llevó más allá de las fronteras.•