El jardín flotante del Atlántico
El jardín flotante del Atlántico
ENRIQUE CORDOBA
Funchal — Es fascinante venir a Madeira, la capital oceánica de Portugal, una isla a la salida del Mediterráneo, junto a la costa africana, y acercarse a Porto Santo donde vivió Colón y planeó –según dicen– el viaje a América, después de hablar con otros navegantes que le dieron noticias de la existencia de otras tierras.
Los ingleses la visitan desde que en 1662 Carlos II contrajo matrimonio con Catarina de Braganza, tomó posesión de un área y desarrolló la gran industria del vino con cepas traidas de Creta. Fue con vino de Madeira que Jefferson brindó por la independencia de Estados Unidos el 4 de julio de 1776 y por una copa de vino perfumado de Madeira, Falstaff, de Shakespeare, vendió su alma al diablo. En 1800 ya se habían enviado nueve millones de botellas de vino de Madeira a Estados Unidos, según datos del Museo del Vino de la isla, vecino del sitio donde murió Fulgencio Batista en 1973.
Madeira se levantó de la pobreza y la ruina de mediados del siglo XX, y ahora está convertida en «el jardín flotante del Atlántico».
Es una isla que deslumbra al visitante desde el primer momento porque nadie espera encontrar tanto orden, limpieza en las calles y flores silvestres por doquier: en las casas, en avenidas, junto a las autopistas.
Además de su belleza natural, salta a la vista su impresionante infraestructura de vías y túneles. Cuenta con excelente desarrollo turístico, exquisita cocina, buenos vinos y una tradicional industria de bordados. Ahora la administración regional, con la participación de un consorcio británico, planea construir el campo de golf más grande de Europa en la franja costera de Punta do Pargo.
La inmigración hacia Venezuela ha jugado un papel importante en su economía.
El caos de la Segunda Guerra Mundial en Europa continental también produjo ruina y desolación en Madeira. »No había ni kerosene para las lámparas, y teníamos que alumbrar con aceite de ballena de Porto Moniz», recuerda Antonio Sardinha, un empresario exitoso radicado en Caracas a quien encontré haciendo diligencias comerciales en Calheta.
Cuando los hombres cumplían 18 años de edad eran reclutados para el servicio militar y enviados a las guerras que el dictador de Portugal, Oliveira Salazar, estaba empeñado en librar en las colonias de Angola y Mozanbique.
–No eran guerras, nosotros teníamos que ir a buscar gente para dispararle –me explicó Manuel Gouveia, un excombatiente de Angola a quien hirieron en una pierna y radica en Punta do Pargo.
El 70 por ciento de los 300,000 portugueses que emigramos hacia Venezuela entre 1950 y 1960 salimos de Madeira –asegura Sardinha–. Esto era muy triste, no había vida. Había más gente viviendo afuera que dentro de la isla.
Debido a su tenacidad y espíritu emprendedor los portugueses, y más concretamente los madeirenses, pasaron a ser el mayor grupo económico de Venezuela, seguidos por los italianos y los españoles.
El gran aporte de estos sectores inmigrantes ha sido la creación de grandes industrias, bancos, fábricas y comercios. »Con su capacidad de trabajo ellos crearon empresas, forjaron riqueza y dieron empleo a los nativos», asegura Alvaro Martínez, un abogado nacido en Mompox, naturalizado venezolano.
La gran influencia cultural y los estrechos vínculos familiares con Venezuela están vivos y se palpan en la calle o en cualquier negocio de Madeira, donde la gente pasa de hablar portugués al castellano con absoluta normalidad.
De casi todos los hogares de Madeira un familiar emigró a Venezuela o se encuentra a alguien que nació allá y regresó hace unos años.
Antonio Sardinha recuerda que el barco Serpa Pinto, que lo llevó el 18 de agosto de 1953 de Funchal a La Guaira, tardó diez días cruzando el océano. Hoy es tal la cantidad de viajeros que la aerolínea TAP tiene un vuelo diario de Caracas a Portugal, tres de los cuales van directos a Madeira, cuyo moderno aeropuerto en Funchal tiene la mitad de la pista construida sobre el mar.
El fenómeno político de Hugo Chávez ha incrementado y acelerado el número de »retornados» a la isla. Miles de hijos de portugueses nacidos en la patria de Simón Bolívar han tramitado su ciudadanía portuguesa y han iniciado una nueva vida en esta parte de Europa.
Desde Santa Ana hasta Cámara de Lobos y desde San Vicente hasta Santa Cruz, abundan las empresas, empleados y negocios abiertos por venezolanos que salieron huyéndole al socialismo del siglo XXI pregonado por el presidente Chávez.
Sin embargo, esta nueva situación crea una dura realidad.
Alberto Joao Jardin, el gobernador de la isla, está en el poder desde hace 30 años. Todas las personas con las que he conversado en este recorrido elogian su labor administrativa y lo destacan como el artífice de la modernización y organización de la isla.
Madeira tiene más de un centenar de túneles y la red de autopistas y viaductos es extraordinaria. Es una preciosa isla de montañas verdes y acantilados, con casas de paredes blancas y tejados color ladrillo. Su población es de 250,000 habitantes que gozan de una muy buena calidad de vida y servicios oficiales, algunos más avanzados que en Estados Unidos. Es uno de los principales destinos turísticos de Europa, principalmente de los ingleses, escandinavos y alemanes. La isla recibe un millón de turistas anualmente. Churchill estuvo aquí de vacaciones en el emplemático Hotel Reid’s en 1925 y 1950, y el autor teatral George Bernard Shaw vino aquí a escribir sus memorias.
Los juegos de medianoche del 31 de diciembre del 2006 de Madeira figuran en el libro de Guinness como el mayor espectáculo pirotécnico del mundo.
»Usted puede ver que aquí hay paz, aquí nací, y ésta es una isla muy hermosa», me dijo Sardinha. Tomó un trago de vino, miró al mar y sentenció: «Pero qué va, yo amo a Venezuela».
ecordoba@caracolusa.com