El mundo de Lorica
ENRIQUE CORDOBA.- Lo de Lorica es inusual. No es una ciudad hermosa, como Cartagena de Indias, Río de Janeiro o La Habana, en los buenos tiempos. Tampoco hay grandes torres, museos o bulevares arborizados. En Lorica las postales son su gente y lo que cautiva, es su idiosincrasia. En Lorica la cultura popular se da silvestre y se vende como oro en polvo. Las cosas que le suceden a los loriqueros no le ocurren a nadie más. Y ellos mismos recrean y se divierten de su cotidianidad. De manera que desde que amanece y sale el sol, todos se buscan, para contarse historias. Pueden ser las vividas en carne propia, las escuchadas en la esquina o las inventadas; el hecho es que nadie se queda inactivo. Y ese es el peligro: porque nadie se escapa. No importa que sea rico o pobre, blanco, indio, negro, árabe, mulato o mestizo. -Yo soy el único en Lorica que no tiene apodo – dijo en una tertulia, un vecino de Chepe Morales, un chofer de taxi de Cascajal. Al anochecer ya estaba bautizado. Desde entonces se le conoce como: El único. El mercado público de Lorica, es uno de los principales atractivos. Construido en 1938, de estilo mudéjar, a la orilla del río, alberga vendedores de sombreros, hamacas, abarcas y pieles de caimanes. La residencia de la familia Manzur en el área del centro histórico, es una joya arquitectónica de corte republicano. Otro lugar para visitar además de la iglesia y el Club Lorica, es la casona de Ana Gabriela Martínez, en la Plaza de la Cruz, que recuerda las casas del barrio Manga de Cartagena, o el Vedado, en La Habana. Los frescos o batidos de níspero con leche de “Siboney”, un kiosco frente al Club Lorica, son campeones. “Volvería a Lorica, sólo por tomar batido de níspero”, dijo en Miami Marisol De Ornelas, una venezolana de 15 años, quien visitó a Lorica en julio del 2010 y quedó impactada por su exquisitez. Al lado una señora instala una venta de fritos. Vende arepas de huevo, empanadas de carne y carimañolas a base de yuca, rellenas de queso, para acompañar los batidos. Los kibbes que trajeron los árabes juegan de “home club” y hacen parte de la gastronomía de Lorica y la región. Hay varios puntos de venta, pero debe ir a las siete de la noche al pie de la alcaldía, si usted quiere probar los que hace Yolanda. Ella aprendió a hacerlos en casa de Musa Jattin, un libanés que lo vi llegar de 15 años cuando yo también era niño y todavía no habla español y el árabe se le olvidó.Bajo su techo se encuentran restaurantes típicos donde se cocinan los más deliciosos sancochos de bocachico, – en leche de coco – y de gallina, del mundo. Los viernes y sábados se vive una pintoresca feria comercial y se exhiben coloridas artesanías de barro fabricadas en San Sebastían. Si es temporada invernal, el río se llena de pescadores. Con la alborada empieza el bullicio. Este es un pueblo de 80.000 habitantes, en el departamento de Córdoba, en el norte de Colombia, en el que la gente se levanta temprano, toma café negro a las seis, lee periódico y desayuna a las siete; van al banco y hacen sus dili-gencias a las ocho, y a las nueve ya quedan deso-cupados. La mañana se va en hablar de los políticos perversos que no dejan progresar al municipio, de los ricos que atesoran el dinero en fincas y ganados y no invierten en la ciudad y, de los muchachos que se van a estudiar a Bogotá y no regresan. Al mediodía, el sol suelta un sopor con temperatura de 38 grados centígrados, que noquea a los nativos en sus hamacas y a los extraños les obliga a buscar la sombra bajo un palo de mango o en el aire acondicionado de una oficina bancaria. La noche se acaricia familiarmente en mecedoras de mimbre en la puerta de la casa o en tertulias amigueras en la zona rosa de La Muralla, a la orilla del río. Así se repiten los días de este pueblo que era inmenso y el más lindo del mundo cuando yo era un monaguillo. Hoy no estoy seguro si es un cuento que me inventé y me sé de memoria. Olvidaba decirles que cuando lleguen a Lorica no se confundan, sigan y entren. Lo que ocurre es que en Lorica hay más motos que en la misma China.