ENRIQUE CORDOBA: 50 años de Brasilia
50 años de Brasilia
BY ENRIQUE CORDOBA
Aterrizar en Brasilia es poner pie en tierra rojiza de la selva amazónica. La capital de un gigante sudamericano que, junto con India y China, se ha convertido en una nueva potencia mundial.
México perdió el liderazgo y ahora es Brasil quien está a la cabeza de América Latina.
El éxito de estos logros se deben en parte a la seriedad y consistencia con que trabajan el Presidente, los asesores de Itamaraty, una cancillería de tradición, los ministerios y sectores privados. Brasil tiene concebido un proyecto como país y el presidente que llega simplemente se ajusta a una hoja de ruta. Siete horas tardó el vuelo inaugural de American Airlines el pasado 17 de noviembre, de Miami a Brasilia.
«Tengo 40 años haciendo estos viajes y jamás duermo», comentó al detenerse el avión mi compañero de vuelo Peter J. Dolara, vicepresidente senior de American Airlines, el hombre que tuvo la visión de extender la empresa aérea hacia América Latina.
Lo promueven como un país de zamba, fútbol, carnavales y garotas sensuales y despampanantes. Sin embargo, este es un pueblo que también anota goles a la hora de ejercer la diplomacia y de ampliar mercados.
Las favelas de Río de Janeiro son barriadas pobres y peligrosas donde imponen su ley las bandas de delincuentes, pero en el mismo Río, Sao Paulo, Santa Catalina y Brasilia funcionan megabancos y las mayores fábricas del continente de motocicletas, automóviles, sodas, jugueterías, zapatos, confecciones y autopartes.
Desde el siglo XIX se trazaron la meta de construir la sede del gobierno en el corazón de su geografía para superar contradicciones sociales y enfatizar el desarrollo hacia el interior.
En 1956 tomaron la decisión de darle vida al proyecto, organizaron un concurso y confiaron la idea al urbanista Luis Costa, quien trazó sobre un papel un dibujo con forma de cruz: un eje para el gobierno y sectores ejecutivos y la vida de las familias en el otro.
Oscar Niemeyer fue el arquitecto, Roberto Burie Marx diseñó el paisaje y el mundo miró con asombro y curiosidad el desafío de hacer una ciudad en medio de la selva.
El debate de los desarrollistas y los ecologistas no ha terminado, pero el 21 de abril de 1960, después de 41 meses de trabajo, Brasilia se convirtió en la capital del país, gracias al respaldo del presidente Juscelino Kubitschek.
Hoy, 50 años después, ésta es una de las capitales más modernas y mejor planificadas. No hay congestión de tránsito y la población es cinco veces más de lo proyectado. Aquí están el gobierno federal, la sede de los tres poderes y las oficinas de las más poderosas empresas del Estado. El 70 por ciento pertenece a la burocracia nacional e internacional y el resto presta sus servicios a quienes viven de los gobiernos. El hecho es que sus dos millones y medio de habitantes tienen el mejor ingreso per cápita del país y cuando uno conversa con ellos no hay quien exprese su conformidad de vivir en una ciudad espaciosa, entre bosques y edificios monumentales. Hay embajadas de 190 países. «Nuestros hijos salen y quedamos tranquilos, porque la ciudad es segura», me dijo Teca Camargo. Su esposo es Dudu Camargo, quien hace 15 años comenzó como chef y hoy es dueño de una acreditada cadena de restaurantes de Brasilia y Río.
«Lo bueno es que Brasilia no ha perdido la identidad brasilera», expresó Sandra Borello, oriunda de Buenos Aires, propietaria de una agencia de viajes de Nueva York. Borello llegó a la capital del Brasil con vistas a hacer negocios con el Mundial del 2014.
«¿Cómo llegaste a Brasilia?», le pregunté a Billy Deeter, el guía de turismo encargado de mostrarnos la ciudad a un grupo de periodistas de EEUU.
«Nací en California y mi papá vino a buscar trabajo y me trajo de un año y medio de edad», afirma. «No nací en una ciudad», aclara. «La ciudad y yo crecimos juntos. Recuerdo el movimiento de tierras, donde yo jugaba y esto estaba lleno de maquinaria. De los 50 años de Brasilia, yo he estado aquí 45. Fui a Iowa a estudiar y regresé», dice Billy.
«Los gringos me ven como gringo y los brasileros me ven brasilero», explica. «Brasil es mi casa, mi corazón es brasilero», dice frente a la pared del museo que guarda la frase de Luis Costa: «Brasilia, ciudad que yo inventé».