ENRIQUE CORDOBA: Confesiones de libros
ENRIQUE CORDOBA: Confesiones de libros
BY ENRIQUE CORDOBA
El lunes en la noche, dentro del programa de la Feria del Libro de Miami, el escritor mexicano Gonzalo Celorio recordó el mueble de madera «casi tan grande como un ropero», donde sus padres guardaban «una enorme Biblia, con cubiertas florentinas», Las confesiones de San Agustín, La divina comedia de Dante, Las vidas ejemplares de Romain Rolland, una edición de El Quijote ilustrada por Doré, y mencionó otra lista de obras, entre ellas El corsario negro y El corsario rojo de Salgari, y autores como Machado, Eurípides, Dostoievski, Martí, Darío, Reyes y Ercilla.
Celorio, novelista y ensayista, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México y miembro correspondiente de la Real Academia Española –entre otras– es autor de la memoria novelada Tres lindas cubanas (Tusquets). Cuenta que su padre Miguel Celorio, siendo embajador de México en Cuba, vio entrar una tarde del año 1921 al cine Tosca a tres bellas habaneras acompañadas de una sirvienta.
A la intermedia que le flechó el corazón la interesó con una carta, pero lo que nunca imaginó fue que terminaría escribiéndole trece mil cartas, aun de casados y a lo largo de su vida.
Me llamó la atención cuando el escritor habló a quienes lo escuchábamos en el pabellón de México, país invitado a la Feria este año, de El tesoro de la juventud, una obra de 20 volúmenes, adquirida por sus padres en 1939, en San Luis Potosí por 280 pesos pagaderos en 18 meses.
Me sentí aliviado de saber que Celorio también conserva esa colección de varios libros dentro de la misma obra, porque yo pensaba que era de los pocos especímenes que lucha por guardar esa joya que me ha acompañado fielmente por los caminos de la vida.
En menos de dos años cumpliré un cuarto de siglo de haber aterrizado y enamorarme de Miami. Lo que me indica que es este el cielo que más he visto y menciono el hecho porque como si fuese una extensión de mi ser, en mi trashumancia también me han acompañado El tesoro de la juventud y El mundo pintoresco, ambos de W. M. Jackson, Inc. Editores; la colección de obras escogidas de la Biblioteca de Premios Nobel de la editorial Aguilar de Madrid, la Historia de la música, editorial UTEHA, de Franco Abbiati, en cinco tomos, con traducción al español de Baltasar Samper, los dos volúmenes del Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1953, Memoria sobre la vida del general Simón Bolívar, de Tomás C. de Mosquera, 1954, y Las ideas y los hombres, de Crane Brinton, Aguilar, 1952.
Estos –que pesan una tonelada– y otros que he conseguido en viajes, librerías o con amigos, forman una biblioteca personal que como la de todos quienes amamos los libros, crece permanentemente.
Algunos libros los leo y releo, a otros los veo; muchos sólo están comenzados y una buena parte espera que al leerlos les dé vida. Los visito a diario, les hablo, los acaricio, y «los huelo», como dice Vargas Llosa que le confesó el poeta José Emilio Pacheco.
Con la llegada de más libros y la escasez de espacio, surge el gran conflicto de a quien darle prelación entre las cosas del apartamento más bien aprovechado de Estados Unidos, según opinión de José Ortega, no Gasset, sino mi carpintero, el más ingenioso de Hialeah.
En ocasiones hago selecciones y empaco docenas de libros en cajas que fueron de vino, y me dispongo a llevármelos con el fin de obsequiarlos, pero regreso con ellos, como arrepentido, resistiéndome a desprenderme de su compañía. Son como los hijos a quienes los padres siempre quieren tener a la mano.
é que el libro electrónico está aquí y ofrece muchas ventajas, pero hasta hoy sigo casado con el tradicional libro de papel que se acomoda a mis hábitos.
A la pantalla la prefiero para navegar por el mundo de los periódicos y revistas de otros lugares, y los blogs y publicaciones que sólo llegan por las nuevas tecnologías.
El libro electrónico es el futuro y me deslumbra saber que se puede cargar una biblioteca en el bolsillo, pero el libro de papel nunca morirá, como no desapareció la radio con la televisión, y el blanco y negro con la fotografía a color.
Lo que me causa curiosidad no es imaginarme como serán las bibliotecas de los jóvenes de hoy, sino tener idea de los temas de conversación y el lenguaje de esa comunicación.
Ocupémonos hoy en celebrar este festival de las letras que cada año nos congrega a quienes sentimos pasión por los libros y la lectura.