Todos vienen a Miami
Todos vienen a Miami
By ENRIQUE CORDOBA
Hace unos años pasó por Miami rumbo a Orlando un amigo procedente de un país de América Latina con su esposa y sus dos hijos.
El es uno de los miembros de ese gigantesco club que Estados Unidos tiene esparcidos por el mundo a quienes une la costumbre de ahorrar una porción de lo producido por su trabajo y los negocios, con el propósito de venir y gastarlos en los parques de Disney, en hoteles, restaurantes y tiendas.
Son las vacaciones que programan casi todos los años empresarios, empleados o comerciantes que gozan con su familia las maravillas del país.
Con el pretexto de los hijos, ellas enriquecen el colorido del clóset y ellos se vuelven niños con la electrónica y aprovechan para hacer sondeos comerciales.
–Jamás lavaré platos en este país –dijo el amigo, en su segundo viaje, al visitar a un coterráneo y colega y percatarse de lo duro que del trabajo del inmigrante.
El abogado, que es la profesión de este amigo, pertenecía al nivel medio del gobierno de su país.
Esta semana tuve la sorpresa: mi amigo cambió de parecer y decidió radicarse en Estados Unidos. Y claro, Miami tiene el imán para quien aterriza desde el sur a suelo americano.
Me dijo que se vino frustrado de la politiquería y cansado de la corrupción.
–Esperé por años mi ascenso como jefe de la oficina que yo manejaba con gran experiencia, pero siempre llegó el nombramiento de un recomendado del congresista o de la presidencia. »Debes hacer ese trabajo, que el nuevo funcionario no es competente», exigía el superior. »Jefe, eso que usted me pide que haga es un delito, no lo puedo firmar porque es ilegal», tuve que replicarle una y otra vez. De manera que que cansé –dijo desanimado el amigo, con su cigarrillo y el café–. De complacerlo, era yo quien terminaba en la cárcel. Así que preferí tragarme mi orgullo y dejarlo todo por los hijos.
Según sus argumentos, con los ingresos de la pareja, y ambos son profesionales, es imposible cubrir los costos de educación, vivienda, salud y alimentación.
–Qué futuro van a encontrar mis hijos en ese país de privilegios y corrupción.
El caso de esta pareja de abogados se repite de país en país sobre el mapa de la realidad latinoamericana.
Cada vez que se produce una situación como la que denuncia el abogado Guillermo Vitela sale mal herida la libertad y la democracia de nuestros pueblos. La frustración y la injusticia hace que la gente se sienta impotente, y se inclinen por caminos equivocados. El pueblo ve que los gobernantes, los legisladores y sus amigos, se adueñan de los recursos del país dando la espalda a la gente, secuestrándoles el futuro.
Frente a esos desengaños las masas votan por los caudillos, que pescan en río revuelto y llevan a los ilusos al suicidio de la democracia.
¿Dónde está la causa? ¿Cómo resolver este despilfarro de progreso y bienestar? No podemos esperar que vengan extraños a resolver los problemas de América Latina.
Todos somos responsables de nuestra enfermedad: desde los pueblos que venden su voto y se convierten en cómplices de los traficantes electorales, hasta los políticos que se acostumbraron a comprar sus curules para enriquecerse.
La democracia quedó herida desde que los politiqueros se adueñaron de los impuestos y con el presupuesto y la nómina de las naciones, manipulan a su antojo.
Los pueblos de América Latina saldrán de este atolladero cuando haya una conciencia colectiva con voluntad que ame a su tierra y asuma la decisión de ser decentes, serios y responsables.