CANAL DEL MAR DEL NORTE
Por: ENRIQUE CORDOBA ROCHA
A medida que avanzábamos lentamente por el Canal del Mar del Norte, rumbo a Reikjavik, el aire fresco nos envolvía. Desde la cubierta se podía ver cómo Ámsterdam, con sus casas estrechas y puentes arqueados, se desvanecía en la distancia. Atravesamos el puerto, donde los barcos de carga y las pequeñas embarcaciones locales compartían las aguas con nuestro coloso, hasta llegar a la esclusa de IJmuiden, que empezó a llenarse de agua a las 7:42 pm.
Este paso fue un recordatorio del ingenio holandés, siempre desafiando al mar. Protegieron sus tierras ganadas al océano con un sistema de diques y esclusas que asombra a los visitantes. El canal serpenteaba por el paisaje de la provincia de Holanda Septentrional. A ambos lados, los pueblos de Zaandam y Velsen aparecían y desaparecían, ofreciendo vistas de molinos de viento antiguos. Unos símbolos tan icónicos de los Países Bajos, que aún se mantienen en pie, recordándonos el pasado agrícola de esta región. A lo lejos, divisamos Haarlem, con su catedral gótica de San Bavón destacándose sobre las calles adoquinadas y sus casas con fachadas de ladrillo. Pasamos cerca de Alkmaar, famosa por sus mercados de queso, lo que hacía el viaje aún más emocionante.
En cada pueblo que dejamos atrás, se sentía la vida holandesa: bicicletas por doquier, tranquilas granjas con campos verdes y flores que parecían salpicadas a mano por un artista. Vimos invernaderos brillando con luz artificial, Una visión moderna que contrasta con la imagen tradicional de los Países Bajos, pero que habla de su capacidad para innovar y adaptarse. Navegar por el Canal del Mar del Norte fue una experiencia impresionante. Casi como un susurro de despedida de la tierra holandesa, con su historia, sus paisajes y su gente que, con su resiliencia frente al mar, nos ha inspirado desde que llegamos. Ahora, con la proa apuntando hacia Reikijavik, dejamos atrás Holanda, llevando con nosotros un pedazo de su esencia en nuestros corazones.