EN ISLANDIA, VI UN VOLCAN EN ERUPCIÓN

POR: ENRIQUE CÓRDOBA ROCHA

Al amanecer del jueves 22 de agosto, después de tres días navegando desde Ámsterdam, llegamos a Reykjavik, la capital de Islandia, en medio de un cielo nublado, con el viento rugiendo entre las calles, haciéndonos sentir temperaturas que parecían congelar los huesos. Aunque el termómetro no marcaba bajo cero, el viento se colaba por cada rincón, penetrando la piel con una intensidad que solo el norte puede ofrecer. Caminábamos por las calles de la ciudad, pequeñas, llenas de casas coloridas y cafés que invitaban a refugiarse del frío. Nos guiaba una mexicana que, entre bromas y datos históricos, nos conducía como si fuéramos un grupo de niños en una excursión escolar. Nos llevó por el Harpa, una maravilla arquitectónica galardonada como el mejor edificio de 2011. Sus 30.000 vidrios reflejan la luz del sol y crean un espectáculo visual fascinante. Gigi, la guía, nos contaba la historia detrás de su diseño. Desde allí, nos dirigimos hacia las calles adoquinadas de casas históricas, cómo la casa del escritor Valdimar Grondall, destacado por su influencia en la literatura y la cultura islandesa durante el siglo XIX. Continuamos nuestro recorrido hasta el edificio del Parlamento, el palacio presidencial, y caminamos por la vibrante calle de las tiendas y cervecerías, donde el arco iris pintado en el pavimento parecía invitar a la diversidad y la alegría. Finalmente, susurrando historias sobre las sagas, parte esencial de la cultura y la identidad islandesa, llegamos a la iglesia luterana de Hallgrímskirkja, cuya torre se erguía majestuosa, vigilando la ciudad. A sus pies, el monumento al hijo de Erik el Rojo nos recordaba las raíces vikingas de esta tierra. Antes de partir cominos un perro caliente a base de carne de cordero y cerdo, rico y popularizado por Bill Clinton.

A pesar del viento, de las capas y capas de ropa que no parecían ser suficientes, disfruté cada paso por esa ciudad que durante años había soñado conocer. Reykjavík, con su atmósfera única, nos abrazaba con un encanto que iba más allá del clima; la calidez estaba en sus calles, en sus historias, en la manera en que el frío nos hacía sentir más vivos. Dos días que, aunque cortos, quedaron grabados en la memoria como un recuerdo de un lugar donde lo anhelado se transformó en una aventura entretenida y acogedora.

Quedará en nuestra memoria la tarde anterior a la llegada a Islandia. El mar del Norte nos había mostrado su furia, con olas de hasta doce metros y vientos huracanados que desviaron nuestra ruta hacia el círculo polar. La vida en el barco, normalmente llena de actividades, se detuvo por completo: el show en el Tropical Theater se canceló, y el restaurante Windjammer cerró sus puertas. En ese clima de tensión y miedo invoqué la veteranía y destreza del comandante del barco, el Capitán Kjell, nacido en Noruega, para sortear y dominar la inesperada crisis. Rod un pasajero de Kansas, comentó que en los ocho meses que llevaba a bordo, nunca había vivido algo así. Rod y su mujer viajan en una suite por la que pagaron 500.000 dólares, para dar la vuelta al mundo, con servicio de internet, lavandería y licor ilimitado. Carl y Ana son una pareja miembros del Club Royal, categoría a la que se llega por haber acumulado más de 700 noches, a bordo de viajes en crucero. A las 9:20 pm de ese día pasamos al sur de Vestmannaeyjar, bajo un cielo gris y con temperaturas de 8 grados. La tormenta comenzó a ceder. Finalmente avistamos Reykjavik, al amanecer. La calma del puerto era un contraste sorprendente con la noche anterior.

Al pisar tierra firme, respiramos con alegría, y percibí que había llegado a un lugar que existía entre la realidad y el mito. Un refugio seguro después de la furia del mar. Allí sentí una profunda admiración por el valor y la determinación de los pescadores que desafían estos mares inclementes, enfrentando temperaturas bajo cero en sus peligrosas faenas de pesca. Dejamos el barco y nos esperaba Javier Gálvez, un guía español amante de la vida en el ártico. Dedicado al turismo ha vivido diez años entre Islandia y Groenlandia, donde han nacido algunos de sus hijos. Nos dirigimos  a explorar los impresionantes paisajes de Islandia y en el camino respondió a nuestra curiosidad sobre su experiencia de vida entre los islandeses. En media hora estábamos en el Parque Nacional Thingvellir, el lugar donde se encuentran las placas tectónicas de Norteamérica y Europa: la dorsal mesoatlántic. En Islandia, este fenómeno es visible y lo pudimos apreciar. Allí, las placas tectónicas se están separando lentamente, a una velocidad de unos 2 centímetros por año. Los visitantes pueden literalmente caminar entre las dos placas tectónicas en las fallas y grietas que se han formado. Este fenómeno también provoca actividad sísmica y volcánica, haciendo de Islandia una tierra de volcanes activos y terremotos ocasionales. Recorrimos cascadas, géiseres, y glaciares, maravillados por la naturaleza en cada rincón. Grindavick. El día que fuimos a la Laguna Azul de Reykjavik, no se me olvidará nunca. Nos bañamos y nadamos en la laguna junto con un centenares de turistas procedentes de todo el mundo. Es una de las visitas imperdibles de Islandia. Nos aplicamos, como la mayoría de la gente, sílice, un barro blanco rico en minerales que se extrae directamente de las aguas geotérmicas de la laguna y se usa en tratamientos faciales por los beneficios para la piel. “Si escuchan una sonido de emergencia, agarren sus pertenencias y salgan corriendo, aléjense”, expresó uno de los empleados, cuando hacíamos la fila de ingreso.

Esta zona ha sido el epicentro de varias erupciones recientes debido a la actividad geotérmica subterránea. Disfrutamos del lugar hasta las 8 pm, tomamos el autobús de regreso a la capital y una hora después, de nuestra salida del agua, ocurrió la erupción volcánica, en la península de Reykjanes, a solo 4 km, de la laguna. La erupción generó fisuras de hasta 7 km y produjo grandes flujos de lava; es parte de una serie de eventos que comenzaron en 2023.  Zarpamos de la Bahía de Humo, rumbo a Groenlandia, navegando por el estrecho de Prince, buscando tierra de otra colonia vikinga.

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