LOS FIORDOS DE GROENLANDIA

POR: ENRIQUE CÓRDOBA ROCHA

Nos adentramos en Groenlandia como quien atraviesa un umbral hacia lo desconocido, donde el hielo se funde con el horizonte y el viento susurra secretos de eras antiguas. Cuando el día abrió Maripaz, mi mujer, se asombró. —“!Mira!”—, exclamó. Navegábamos por el angosto y espectacular estrecho de Prins Christian Sund. Un paso marítimo en el extremo sur de Groenlandia, que conecta el mar de Labrador con el mar de Irminger. En medio de un silencio impresionante, el barco “Serenade of the Seas”, con tres mil almas a bordo, se deslizaba entre aguas cristalinas, donde el sol, en las largas horas del día ártico, iluminaba las colinas congeladas salpicadas de caseríos inuit.

La luz radiante y el clima fueron un regalo para admirar la naturaleza en estado puro y salvaje. La doble suerte de tener un capitán noruego conocedor de estas fronteras y de contar con un luminoso cielo azul y serenidad, nos proporcionó un regalo para esta odisea en los límites del mundo. Será un descubrimiento que quedará como registro feliz y afortunado de nuestras vidas y en testimonios de fotografías. Navegar por este estrecho ofreció  vistas impresionantes de icebergs y fiordos profundos, y es uno de los puntos más destacados para los barcos que pasan por alli.

Nos impresionó observar la belleza de los paisajes y navegar por los estrechos rodeados de glaciares enormes esculpidos en elevadas cadenas de rocas. La curiosidad tocó límites al pasar por el asentamiento de Aappillattoq, de cien personas. Pocos vikingos; en su mayoría Inuit, que viven desde el siglo XVIII, alejados de nuestro mundo con otras costumbres y a temperaturas bajo cero. Siempre había soñado con desafiar los límites del mundo conocido, y esta travesía me está llevando a recorrer tierras lejanas y exóticas. En el barco los días transcurren sin afanes y con opciones para disfrutar de múltiples agendas: gimnasio, conferencias, concursos, salas de música y lectura, restaurantes, jacuzzi, bares, tabernas y cursos diversos. Hay gente de todo el mundo y cada uno tiene ilusiones y vida para contar. Rada, chileno, es jefe del departamento de bares que trabaja en el crucero desde hace 22 años. Comenta que ya tiene un terreno para construir su casa a orillas del río Maipo; Lourdes del Perú, consiguió su amor ucraniano. Es otro camarero de menor edad que ella, “es mi colágeno’, dice con humor. Piensa retirarse en España. Una pareja de Connecticut, cambiaron el frío por una playa de Saint Thomas, en el Caribe. Y el “Serenade of the Seas”, terminará su travesía de nueve meses al rededor del mundo y entrará en mantenimiento en un muelle de Bahamas. Navegamos toda la tarde, la noche y la mañana y desembarcamos en Qaqortoq, una de las ciudades más grandes y antiguas de Groenlandia.

QAQORTOQ REFUGIO DE GROENLANDIA

Desembarcamos en esta pintoresca ciudad, de las más antiguas de Groenlandia, fundada en 1775 por el comerciante noruego Anders Olsen, cuya casa de color rojo aún se conserva en la falda de la colina. Me acerqué a la biblioteca municipal y les doné mi libro de viajes “De la tierra del Hielo a la tierra del Fuego”. Las casas están pintadas de amarillo, otras de verde, rojas, azules y naranja, y están construidas y dispersas como un pesebre, desde la orilla de la bahía hasta las faldas de los cerros rocosos.  Alrededor hay dos hoteles, un supermercado, restaurantes, almacenes de ropa y dos iglesias. Junto a la carnicera Kalaalimi-neerniarfik, donde vendían carne de reno y de foca, me acerqué a tres trabajadores Inuit, de pómulos prominentes, tez morena y ojos rasgados, y les saludé. Fue imposible tener una conversación por la dificultad del idioma, pero regalaron una sonrisa para las fotos. La poeta Tanja Rasmussen, nacida aquí, dijo: vivir en Qaqortoq es como estar en un rincón mágico del mundo, donde el tiempo parece detenerse.

Cada mañana, la gente se despierta con el sonido del mar golpeando suavemente contra las rocas y el aire fresco que recuerda lo cerca que estamos del Ártico. Aquí, la vida gira en torno a la naturaleza: en verano, los días interminables nos invitan a pescar, a explorar los fiordos y a reunirnos en festivales donde la música y las risas llenan el aire. Pero cuando llega el invierno, el sol apenas se asoma y el frío nos envuelve, transformando la ciudad en un paraíso blanco. Es en esos momentos cuando siento más profundamente el calor de nuestra comunidad, donde cada gesto de ayuda y cada conversación junto al fuego se vuelven esenciales. A veces es duro, sí, pero Qaqortoq tiene una manera de robarte el corazón, de enseñarte a amar la simpleza y a encontrar belleza en lo más austero. La economía de la ciudad históricamente se ha basado en la caza, la pesca y el comercio de pieles. El clima en Qaqortoq es frío, con inviernos largos y nevados y veranos cortos y frescos, como este que estamos disfrutando en este viaje.

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