El juicio de Paris
Juan Ramón Fernández
No, no hablaremos de la famosa mitología griega, en que un joven y semental Paris, se enamora perdidamente de la esposa del tristemente célebre Menelao, la bella Helena, “raptada” a voluntad, y llevada a Troya, provocando un infierno de pasiones, que le costó la caída e incendio a la fortificada ciudad.
Les hablare de otro juicio de Paris. No pudo imaginar el Sr. Steven Spurrier, la que se formaría, cuando se le ocurrió, organizar una cata de vinos, con la idea de sacar del “oscurantismo’ a los vinos Californianos y llevarlos a la escala, de la justa calidad de sus caldos.
Las bodegas norteamericanas, hoy clásicos, Stag’ Leaps y Montelena, con sus Cabernet Sauvignon y su Chardonay, respectivamente, no podían dar crédito a lo que escuchaban ese 24 de Mayo de 1976. Una verdadera bomba para los franceses y el mejor regalo a que pueda aspirar un productor de vinos, para ellas.
Steven Spurrier, después de salir de la London School of Economics, comienza a trabajar como aprendiz, en “Christopher and Corp.”, un muy antiguo comerciante de vinos de Londres, en este lugar, comienzan sus andadas en este universo. En 1970 consideró que ya sabía lo suficiente como para poner su propio negocio de vinos, se trasladó a Paris y con sus buenas artes de persuasión, convenció a una señora, para que le vendiera una pequeña pero jugosa tienda de este néctar en un pasaje de “Rue Royale”
Resultó hábil en los negocios, llamándolo Les Caves de La Madeleine (Las cuevas de Madeleine) ampliándolo y tomando iniciativas novedosas hasta ese entonces, dando a catar a los clientes el vino, antes de facturarlo, esto le trajo prestigio, categoría y pingues ganancias.
En 1973 se asocia con unos periodistas Jon Winroth y Patricia Callagher del International Herald Tribune, funda la “Académie du Vin” nada más y nada menos que la primera escuela de vinos privados de Francia, justo en un local que estaba colindante a su tienda, una antigua cerrajería.
En esta academia instruía en idioma Ingles a los norteamericanos y británicos, sobre la cata, degustación y apreciación del vino. Debido al éxito, tuvo que ampliar los cursos en francés. La escuela fue vendida en 1988 al Barón Edmon de Rothschild.
Así las cosas ese 24 de Mayo de 1976 organiza una cata a ciegas, con un grupo de expertos catadores franceses. Hasta esos tiempos, el vino francés era el no va más indiscutible, un sello blindado, que no tenía comparación, ni siquiera con los vinos europeos, que marchaban a su vera, pero ellos eran los incuestionables abanderados, ya ni hablar de los vinos de la llamada nueva oleada, como Sudáfrica, Australia, Argentina, Chile, ni que decir de los “simples” vinos norteamericanos.
Steven Spurrier, aguardaba sonriente por fuera, pero impaciente, nervioso por dentro. La cata comienza, los agudos olfatos franceses distinguen los primeros aromas, los paladares más excelsos, saborean los matices tánicos, afrutados, especiados. Les sirven en sus pulidas copas, un poco de esta encubierta botella, otro de aquella y así las cosas, el tiempo va pasando, las botellas acabando. Finalmente se da por concluida la cata, todo ha sido normal, el ambiente no ha podido estar más distendido. Los jueces han consumado su trabajo. Al dar los resultados, una bomba viene con ellos, la “bomba C” (de California)
Al conocerse los resultados, las caras se alargaron hasta la plasticidad total, no daban crédito a los que escuchaban, dos vinos americanos habían desbancado a los más prestigiosos caldos de Burdeos y Borgoña. El Cabernet Sauvignon de Stag’ Leaps y el Chardonay de Montelena, se llevaban la palma absoluta. Habían vencido a los potentes Chateau Haut Brion1970, a Montrose 1970, Chateau Mouton- Rothschild 1970 y hasta el mismísimo Leoville Las Cases 1970.
Las noticias viajaron a la velocidad de la luz, casi se convierten en energía, los miembros del jurado se vieron en la punta de la mira, los franceses miraban a los jueces como para pedirles explicaciones de tamaña traición, lo jueces miraban a los demás, como diciendo ¡yo solo probé lo que me dieron!
¡Lo que es, es!, ¡no lo que uno hubiera deseado! Decían otros. ¡Que unos vinos norteamericanos están más estructurados, redondos, aromatizados, con más cuerpo y en general más méritos gustativos que nuestros históricos Cabernets y Chardonay!
Se dijeron muchas cosas, anécdotas que yo pongo en dudas, al menos algunas de ellas, dicen que alguno de los jueces exclamó. ¡Esta es el alma de Burdeos! Al estar probando un vino de California, y cosas así. Lo pongo en dudas porque he estado en muchas catas, y estas se realizan en silencio, sin algarabíos.
Lo cierto fue, que dentro de la algarabía, algunos jueces trataron de recuperar los cartoncillos donde, estaban plasmadas el fruto de sus ciegas calificaciones, pero no les fue posible, era tarde para un retiro moral. Esto sacó del oscurantismo a los vinos no solo americano, sino que demostró que estos países llamados de la nueva oleada, pueden y hacen excelentes vinos, tienen maestros vinateros tan audaces y preparados como el que más. Los franceses dejaron de subestimar a los demás países y no solo eso, intercambiaron tecnologías y pusieron muchas bodegas francesas en territorio americano, con la sapiencia, que esa tierra, es tan buena como la de ellos.