Menorca la isla discreta

Llegué de noche a la isla de Menorca en un vuelo de dos horas desde Madrid y dormí en Mahón.

La primera mañana salí a tomar café y admirar la bahía desde el balcón del apartamento de Gonzalo Reig, mi anfitrión. “Esta bahía tiene seís kilómetros de largo, desde aquí hasta la salida al mar”, dijo. Gonzalo. “Es la segunda más larga del mundo”,  agregó, mientras tomamos café.

Al medio día salí al Paseo Marítimo y me senté a esperar que pasara Aníbal con sus naves cartaginesas, procedentes de Cartago.

Menorca, es una isla asediada desde los primeras civilizaciones, por fenicios, griegos, cartagineses, romanos, musulmanes, normandos, aragoneses y luego por imperios, cuyas huellas le dan vida, sabor y encanto a esta joya de España.

En mi segunda visita la volví a caminar, por sus calles, escudriñar los rincones y entrar a bares a tomar la pomada a base de Ginebra Xoringer, inventada por los ingleses durante su permanencia aquí, y desayunar ensaimadas con chocolate.

“De la mar el mero y de la tierra el cordero” ; sin embargo fue un delicioso gallo San Pedro, el pescado rico lo que comimos, en este Restaurante de Cap Roig, a orillas de la cala, donde nadé en el lado de mar abierto, a 200 metros de Es Salgar.

Ibiza es la de la juerga. Mallorca el turismo sin límites y Menorca, la isla discreta.

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