CERDEÑA, LAS MALDIVAS EUROPEAS: Isla de pastores, quesos y mar cristalino

Cerdeña es una fascinante isla italiana, la segunda más grande del Mediterráneo, que me impresionó por tener espectaculares calas, y un mar cristalino, de los más hermosos del planeta. “Las Maldivas europeas”, le dicen a Cerdeña, y creo que tienen motivos suficientes.

Es un destino que rebosa historia, arte y belleza natural. Recomendable para los amantes de los quesos, la buena comida, el senderismo de montaña, y playas para descansar. A propósito, debido a que Cerdeña es tierra de pastores, y su tradición quesera se remonta a 5.000 años, en la isla se produce el 80% del pecorino, el queso de oveja, de toda Italia. En las tiendas de aquí se encuentra desde el pecorino sardo, las variedades ahumadas o asadas, los cremosos de cabra, los ricota y los canestrati, con granos de pimienta y hierbas aromáticas. Mi viaje comenzó en el aeropuerto de Cagliari, la capital, al sur de la isla, donde recogimos el automóvil con el que le dimos la vuelta a la isla en una semana y descubrimos su vocación para el pastoreo, la cultura agrícola y la vida marinera de sus gentes.

Los Sardos

El día que llegamos recorrimos 80 kilómetros hasta “Villa Estefanía”, una granja agroturística, en las afueras de Iglesias, con piscina, naranjos, tunas y un horno en el que Umberto Secci, su propietario horneaba el pan, y la pizza, y elaboraba queso, para el desayuno.

“Los sardos, como los italianos, casi nunca tomamos el desayuno sentados a la mesa, sino que preferimos un capuchino y un cornetto (cruasán) en la barra del bar”, comentó la esposa de Umberto, Ornella Magri. “En el campo, los pastores empiezan el día con un pedazo de pan y un trozo de pecorino”, añadió.

La ciudad de Iglesias, con su arquitectura medieval bien conservada y calles adoquinadas, es un municipio de 26.000 habitantes, que evoca un ambiente de antaño. Sus orígenes se remontan al siglo XIII cuando fue fundada por los genoveses y posteriormente ocupada por los aragoneses. Estos dejaron su marca en la ciudad y su cultura perdura en la arquitectura y tradiciones locales. La influencia es visible en las construcciones, con edificios señoriales y plazas donde los niños y las familias, juegan en las noches de verano. Algunas de sus calles y de sus comidas, llevan nombres en castellano.

Durante los primeros tres días, Iglesias se convirtió en mi hogar. Cada mañana, me despertaba con el aroma del café recién hecho. Me maravillaba la grandiosidad de la Catedral de Santa Chiara, una joya gótica que dominaba el horizonte de la ciudad. Sus altas torres se alzaban orgullosas, como guardianes del pasado, mientras que el interior ostenta hermosos frescos que narran historias sagradas. Durante la visita a los viñedos y la Cantina Aru, degustamos los vinos sardos con queso de cabra y tomates que les llaman corazón de buey. El ingreso a la Grotta Santa Bárbara, y ver la labor de los mineros fue una experiencia extraordinaria.

La gastronomía sarda fue otro de los tesoros que descubrí en Iglesias. Los sabores auténticos y los ingredientes frescos se combinaron para crear platos irresistibles. Probé el «porceddu», lechón asado lentamente, y «fregula», una pasta típica de la región. La cocina sarda es abundante y generosa, reflejando la cultura acogedora y hospitalaria de sus habitantes. Según, Giuseppe Sestu, integrante de los coros locales, “los sardos tenemos gran sentido de la fraternidad y somos apasionados por las fiestas”.

El primer paseo en lancha partió de Punta S’arena, en el golfo De León, con sol de 35 grados centígrados, luz y cielo veraniegos y navegamos por la costa de Masua y Porto Flavia. Quedamos maravillados de las aguas color turquesa de la Gruta Azul y la Gruta Cerdeña. Después de despedirme de Iglesias, zona tranquila y rural, me dirigí hacia la pintoresca Bosa, situada a orillas del río Temo, único río navegable de la isla. Un pueblo precioso que nos traslada a Florencia, de gran colorido con un puente, la cúpula de la catedral, palacetes, y el Castillo Malaspina, del siglo XII. No menos atractivas son las típicas casas en colores pastel, los balcones de hierro forjado, las estrechas callejuelas de la ciudad vieja que le dan un ambiente mágico entregando a Bosa el título de uno de los pueblos más bellos de Italia. Comimos en la «Trattoria dos piazzas» en una plaza rodeada de calles con edificios antiguos destartalados, y tendederos de ropa en los balcones. Repetiremos el spaghettini con carpacho de pez espada y tomates, y la tarta de tuna con pistacho. Bosa se encuentra a medio camino entre Alghero, otro de los pueblos preciosos de Italia y Oristán.

El antiguo pueblo de Sa Costa se encuentra al pie de la colina Serravalle y está vigilada por el castillo de Malaspina. Las calles de la ciudad vieja son accesibles únicamente a pie, dadas las estrechas calles, callejones, arcadas. De hecho, las casas comenzaron a ser construidas a los pies del castillo para obtener protección dando así vida al nacimiento del barrio medieval, llamado con precisión Sa Costa. Conocida por la calidad del aceite de oliva y los vinos, especialmente el Malvasía.

Golfo Aranci

Mi viaje continuó, zigzagueando por las carreteras serpenteantes que me llevaban hacia el norte. Pasé por encantadores pueblos costeros, donde el aroma del mar se mezclaba con la brisa cálida. Llegué al Golfo Aranci, un paraíso de aguas cristalinas y playas de arena blanca, localizado al noreste de la isla, a 18 km de Olbia, y a 10 km de Porto Rotondo. “Golfo Aranci es el puerto turístico más importante y espectacular de Cerdeña, tienes que ir, yo viví allí”, nos había aconsejado Eliana Bresolín. Tenía razón, el paisaje ofrece hipnotizantes aguas cristalinas, playas agradables y hermosas vistas de la Isla Tavolara.

Salimos a visitar pueblos y entramos a San Pantaleo, atraídos por las reseñas de su belleza. Seguimos a Arzachena, era día de mercado y subimos las gradas para visitar la iglesia de Santa Lucía. Continuamos hasta Porto Rotondo y el exclusivo Porto Cervo, el puerto de lanchas y yates más movido de la costa Esmeraldina, del Golfo Aranci. Luego descendimos por la carretera, durante media hora, una montaña granítica enorme, hasta Cala Gonone, otro tesoro turístico de la costa occidental de Cerdeña. Localizamos un restaurante, nos dieron un lugar de privilegio con vista al mar y nos extasiarnos ante tanta belleza. Para ver el complejo nurágico más famoso de Cerdeña, conocido por la Unesco, como Patrimonio de la Humanidad, viajamos a Barumini, en el sur, a más de cien kilómetros. Pero Cerdeña no se limita solo a sus playas. Cerdeña es la bella isla de los nuraghes, una cultura en la que los sardos se asemejan a las pirámides. La experiencia terminó en Cagliari, la capital, máximo exponente de la vida dentro de la isla. Allí visitamos: el museo del tren, el barrio Il Castello y el Bastione di Saint Remy. Mi viaje fue por la aerolínea Air Europa, que tiene vuelos diarios saliendo de Miami y Nueva York a Madrid con conexiones a 40 ciudades. Business Class Air Europa, una forma exclusiva de volar con máxima privacidad y comodidad. www.aireuropa.com

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