PRAGA: CORAZÓN DE BOHEMIA

Si usted busca una ciudad donde cocinen buen gulash, o platos a base de cerdo, le den cerveza de excelente calidad, en el bar, y disfrute visitando el castillo más grande del mundo, ese destino es Praga.

La capital de la República Checa, ofrece seis iglesias románicas y monumentales de arquitectura gótica, imperdibles, sinagogas, cementerios judíos y un puente emblemático. Además el ambiente para sentase en una plaza a contemplar, cada hora, el movimiento de las figuras del reloj astronómico, instalado en la Edad Media, en la pared sur del Ayuntamiento.

Entrada del Palacio de Praga. Foto Maripaz Pereira

Yo visité Praga por primera vez en 1979, en mi condición de diplomático colombiano, cuando era la capital de Checoslovaquia, y pertenecía a la Unión Soviética, en la tenebrosa época comunista. He vuelto en este verano para verla con los ojos de trotamundos. La gente ha cambiado de actitud. Ahora en la semblanza de los jóvenes y adultos, y el colorido en el vestir de sus gentes, hay alegría. El inventario de las mercancías en las tiendas, el menú de los restaurantes, y principalmente la libertad que se respira ahora, validan un ambiente agradable donde se hacen esfuerzos para superar los impases del día a día, pero se puede acariciar el bienestar y hay sueños de un mejor futuro. Reina la euforia.

Venía de un recorrido que empecé en la Toscana, y un crucero por el Mediterráneo. Volé de Roma a Viena y a los tres días seguí en tren a Budapest. De ahí otro tren me llevó a Praga, por 60 dólares, en cinco horas. La primera buena impresión que tuve en la estación de trenes, al bajarme en Praga, fue observar cerca de la puerta de salida del terminal, un piano de cola al servicio de los músicos voluntarios que pasaban y lo tocaban interpretando sonatas, que creaban una atmósfera cálida. Ya al aire libre, al salir de la estación, en el parque, llamó mi atención ver numerosas parejas y grupos, especialmente de jóvenes dichosos, echados en el prado, en tono de felicidad, descansando o tomando alimentos, bajo los árboles, disfrutando de la luz del verano. Fue un contraste total de aquella Praga triste y deprimente que traía en mi memoria. Lo primero que hicimos con Maripaz, mi esposa, y José Luis, condiscípulo de universidad y Patricia, su mujer, compañeros de este viaje, que cité en Roma, para realizar esta aventura por Europa, fue dejar las maletas en el hotel y salir a la Plaza Wenceslao, en el centro de la ciudad.

—Aquí se congregaron los manifestantes, y nació la Revolución de Terciopelo que contribuyó a tumbar el comunismo, en 1989—explicó una guía a su grupo de turistas, en las gradas de la escalera del Museo Nacional, de estilo neo renacentista, el más importante de la urbe. Mas abajo la estatua de Wenceslao —héroe y soberano de la patria que vivió entre el 907 y 935— y una larga avenida peatonal con jardines en el centro y hoteles de lujo y comercios a los lados.

En los comienzos, a esta plaza todos la llamaban Mercado de Caballos, era el lugar donde se vendían diversos productos agrícolas, y se desarrollaba el comercio.

Por sugerencia de la dama húngara, de la recepción del hotel de una cadena española, donde nos alojamos, entramos al Restaurante Tiskarna, de la calle Jindrisska, para almorzar. Los tanques de cobre para almacenar la cerveza, estaban visibles decorando el salón de ingreso. Comimos gulasch, pork belly y beef tartar, bebimos cerveza, y nos agradaron la atención y los precios.

Camino al Puente Carlos, desplazándose por un laberinto de callecitas angostas desembocamos en la plaza de la ciudad vieja, atestada de turistas que intentaban tomarle fotos a edificios históricos de estilos gótico y barroco. El templo de Nuestra Señora de Tyn, es la iglesia más antigua de la ciudad. Reemplazó una vieja iglesia románica y fue fundada por el rey Carlos IV. Las fuentes históricas indican que en 1437 depositaron allí la madera para la construcción del techo, “pero ésta sirvió para la construcción de una horca de tres pisos, en la que fueron ejecutados tres aristócratas”. Veinte años más tarde se techó el Templo de Tyn, con parte de la madera que quedó. Hoy es el mayor símbolo del gótico tardío y su belleza resalta con dos de las imponentes torres de 80 metros de altura, que embellecen los cielos de Praga. Otros edificios de interés son la Iglesia de San Nicolás y el Ayuntamiento, corazón de la villa y donde se encuentra el Reloj Astronómico. Fue el relojero Mikulas de Kadan, quien montó el reloj en la torre, en 1.410, sin embargo quien lo perfeccionó y dio el mantenimiento por más de treinta años, fue el relojero y maestro de ciencias matemáticas de la Universidad de Carolina, Hanus, conocido como Jan Kadan. Los praguenses le tienen cariño al edificio y se sienten orgullosos de este tesoro histórico. Al igual que para los praguenses desde la Edad Media, como para los turistas de hoy, esta plaza es un punto de reunión para descansar y socializar.

El Puente Carlos, es la obra arquitectónica más famosa de Praga. Es uno de los diecisiete puentes sobre el río Moldava, a su paso por la capital checa, y atravesar sus 500 metros de largo, se convierte en un paseo romántico, con paradas para detallar y fotografiar más de treinta estatuas con motivos religiosos. El paseo se vuelve entretenido con los innumerables artistas, caricaturistas buscavidas y un grupo de músicos de jazz. El puente esta blindado por tres torres defensivas a ambos lados, que cumplieron funciones de puertas en las dos orillas del río Moldava. Las tomas fotográficas del puente son preciosas, siendo las nocturnas, con el fondo de Mala Strana, las más admiradas.

Llegamos al Castillo de Praga, el más grande del mundo, construido en el siglo XI, en una pequeña elevación estratégica, la colina del Petrin. En este conjunto, con palacios, la Catedral de San Vito, el Convento de San Jorge, la Galería Nacional, callejones pintorescos y casas de los artesanos, residieron los reyes de Bohemia. “Aquí se inicia la historia de la ciudad y en este lugar tiene su despacho el presidente de la República Checa desde 1918”, explicó la voz del audio del bus turístico, en el que hicimos el recorrido por la ciudad, el segundo y tercer día de visita a Praga.

Las sinagogas, el cementerio y el barrio judío, son testimonios culturales de la presencia judía en Praga. En el siglo XVIII, los judíos representaban la cuarta parte de la población de Praga, y la primera sinagoga data del siglo XII. El antiguo cementerio judío está situado en Josefov, por 300 años fue el único lugar que permitía enterrar judíos en Praga. El recorrido me permitió confirmar un despertar turístico post pandemia, de gente deseosa de salir a disfrutar del arte, la historia, los bares, el turismo y las cocinas del mundo.

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