ENRIQUE CORDOBA: El terminator
ENRIQUE CORDOBA: El terminator
By ENRIQUE CORDOBA
El pasado miércoles a las ocho de la mañana entró a mi apartamento un hombre con un tanque de pesticida en el hombro y una manguera en la mano. Me saludó y sin preguntárselo me confesó que su esposa y él trabajan fuertemente como animales, desde que llegaron de Cuba.
–Estábamos confiados en pasar una vejez tranquila y segura con el ahorro del plan de retiro –dijo–. Según el papel que nos llegó sólo contamos con veintiún mil dólares –declaró devastado el señor.
El ha venido religiosamente todos los meses a mi edificio con una sonrisa y su buen ánimo caribeño. Su misión consiste en exterminar las cucarachas y otros insectos que se resisten a emigrar de estas tierras.
Ellos reafirman su derecho de posesión y sostienen que un siglo atrás estas tierras eran frondosos y verdes pantanos donde los pájaros cantaban sin que les molestaran y las hormigas residían en armonía con los cocoteros hasta que llegaron los invasores civilizados a destruirles su hábitat.
El caso del fumigador, a quien suelo decirle el terminator cubano, me ha dejado pensando porque esta es la tercera vez que viene a matar los insectos de mi cocina y los baños y me repite el mismo relato de su tragedia. Creo que tan grave como el hecho de que se haya quedado sin los recursos para su vejez es el estado sicológico en el que anda.
Perder la seguridad en el futuro a manos de operaciones fraudulentas ante los ojos del gobierno sin que haya castigo para los responsables deja una sensación amarga, de derrota e impotencia.
Para enfrentar el descalabro también hay que estar preparado. Hay gentes que pierden sus cabales fácilmente y no logran superar situaciones que rompen con sus esquemas de vida. Existen otros que se adaptan, se ajustan el cinturón y empiezan a vivir de acuerdo con la higiene de su bolsillo.
El mundo ya no es de la gente de bien, sino de los astutos y los bandidos. Alguien pensará que eso no es nada nuevo, siempre lo ha sido. También es de los avivatos bien entroncados con el poder, quienes pasan olímpicamente por las rendijas de los códigos.
Sin embargo, los tiempos difíciles dan cabida a conductas donde florece gente con ética y héroes anónimos dispuestos a anteponer los valores morales al afán de atesorar dinero a como dé lugar.
Lo primero que debemos aceptar es que el mundo cambió, ya no es el mismo de ayer. Tenemos que replantear nuestro estilo de vida, las costumbres y los gastos. La crisis tiene su lado positivo. Genera nuevas oportunidades de negocios, de convivencia, de ocio creador, y de percatarnos de que el ritmo consumista nos había alejado de cosas maravillosas que tenemos a nuestro alrededor: los atardeceres, la tertulia, la lectura, la buena música, cocinar entre amigos.
Cada siglo trae su cataclismo y a pesar de escuchar y leer historias del crash del 29 nos creíamos blindados. Los economistas han quedado mal librados por desconocer en sus predicciones lo que se venía. La moral de los banqueros que nunca pierden ha quedado al desnudo. Está confirmada su gran responsabilidad en complicidad con los organismos de control y vigilancia del Estado que pecaron por su inoperancia y complacencia.
Miles de soñadores creyeron que había llegado el momento de adquirir propiedades aún sin tener respaldo, confiados en los frutos de la pirámide especulativa, y terminaron ahorcados por la fuerza del capitalismo salvaje.
Los bancos vieron la posibilidad de aumentar sus ganancias y, en vez de rechazar las solicitudes por falta de respaldo económico, acudieron irresponsablemente al mercado global a buscar millonarios recursos para hacer crecer la burbuja, que por fin estalló.
Mi amigo el terminator tocó las puertas a buscar sus ahorros y se encuentra con que no hay dinero en la caja. El banco entregó sus ahorros para alimentar el juego de monopolio más colosal de todos los tiempos. Lo grave es que nadie responde, las propiedades bajaron de precio, el crédito se paralizó, los bancos no creen ni en ellos mismos y por eso el sistema colapsó.
Los mansos demócratas elaboran argumentos y les echan la culpa a los republicanos. Estos ripostan con sus fundamentos y se defienden a su vez, diciendo que no pueden ser los responsables pues ellos son ovejas de Dios que aman a los pobres. El pueblo alejado del debate sólo sabe que gobernantes y legisladores, ya sean republicanos o demócratas, poco sufren esta debacle, pues siempre estan atornillados a la nómina oficial y se benefician de nuestros impuestos.
Entre tanto mi amigo terminator, y como él millones de personas, han perdido la fe en poder vivir un futuro digno en Estados Unidos. La parálisis se ha tornado en incertidumbre, y ahora todos estamos a la espera. A la espera de algo que va a venir a resolver la crisis, pero no se sabe de dónde.